El agua es un recurso indispensable para la existencia de la vida. Gracias a sus propiedades únicas, permite que ocurran las reacciones químicas necesarias para mantenernos con vida. Sin embargo, esta misma capacidad para sustentar la vida hace que también pueda albergar organismos o sustancias químicas perjudiciales. Por eso, asegurar que el agua que consumimos sea segura es crucial para proteger nuestra salud.

Lamentablemente, el agua también puede ser vehículo de diversas enfermedades infecciosas, como el cólera, la hepatitis, la leptospirosis, la fiebre tifoidea y distintos tipos de diarrea. Algunas de estas afecciones son provocadas por bacterias como Leptospira interrogans, que causa leptospirosis, o Shigella sonnei, responsable de infecciones intestinales. Otras son de origen viral, como los virus de la hepatitis A y E. Incluso existen bacterias como Vibrio cholerae que generan toxinas altamente peligrosas para los humanos.

Una de las estrategias más antiguas que ha usado la humanidad para combatir estos patógenos ha sido el uso del calor. Desde hace unos 15.000 años, se cree que nuestros antepasados ya hervían agua para hacerla más segura. Al alcanzar temperaturas entre 90 y 100 °C, el agua hierve, lo que es suficiente para eliminar la mayoría de las bacterias y desactivar virus que puedan estar presentes.